Si se pone uno a pensar, si lo medita con calma, Maduro tiene razón. El comandante dejó un lema patético en el panorama comunicacional: con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo. Ese eslogan, esa forma militar de hacer que la masa, que el pueblo-pueblo se sumara a la voluntad del presidente colorado gestó, de alguna manera, esa corrupción que acaba, merma y destruye al proyecto de Chávez. ¿Recuerdan los orígenes de las misiones? Bueno, dinero en maletines para apaciguar ese hambre del pueblo.
Maduro pretende sumar esos modales protocolarios chavistas a unas formas de
actuación moral edulcoradas por un apretón de manos con el sumo pontífice. Un
poco más de demagogia que se filtra al mundo de la prensa como una vil
manipulación para hacer entender que él, el ungido, tiene también al Espíritu Santo
consigo. Un catolicismo acomodaticio para quien oye hablar a los pájaros, para
quien es discípulo de Sai Baba, para quien el ejercicio democrático se ejerce
con las balas desde puente Llaguno.
Lo que no saben Maduro y Kirschner -los dos mandatarios
latinoamericanos del chavismo que han visitado el Vaticano- es que más sabe el
Papa por viejo que por Papa. No sabe Maduro que los jesuitas suman para no
dividir porque teniendo aliados es como se gobiernan las cosas de Dios, al
contrario de las consejas de Maquiavelo que hablaba de ejércitos, de
dividirlos para que las tropas, siendo pequeñas, pudieran ser controladas.
La promesa de Francisco es sencilla: el pueblo de Dios es
único y como pastor, debo traer a mi redil a todas las ovejas. La lectura de
Maduro es torpe. Me senté con su Santidad y me ilumino como mandatario. ¡Ring! Suena
el timbre del programa de concursos. Su respuesta está equivocada, váyase con
su bolsa de Mercal como premio de consolación.
En esto le da una nueva lección María Corina Machado a Maduro. Ella sabe que ese gesto papal lo que encierra en la búsqueda de diálogo, de reconciliación entre las partes, un compromiso con la grandeza de una patria entendida como suelo, riquezas y gente sencilla. Nada de que el pueblo chavista tiene a Dios agarrado de la barba. Se trata, como en todos los casos en los que media el Vaticano, de la búsqueda de la paz.
Las promesas y los compromisos de Maduro están atados al
legado erróneo de Chávez. Él fue elegido por todo lo que manipuló al pueblo con
la agonía y muerte del comandante. Él es el heredero del desastre de
inversiones que se dejaron de hacer a lo largo de 14 años de gobierno
televisado. Él quiere ser un paladín de la justicia enfundado en un chándal pero, le queda grande la bandera que le cruza el pecho, le falta la humildad necesaria
para ser el abanderado de los venezolanos.En esto le da una nueva lección María Corina Machado a Maduro. Ella sabe que ese gesto papal lo que encierra en la búsqueda de diálogo, de reconciliación entre las partes, un compromiso con la grandeza de una patria entendida como suelo, riquezas y gente sencilla. Nada de que el pueblo chavista tiene a Dios agarrado de la barba. Se trata, como en todos los casos en los que media el Vaticano, de la búsqueda de la paz.
Nada nuevo si pensamos que Hugo Rafael se creía la encarnación
de Bolívar –hay que ver la cantidad de veces que blandió la espada de El
Libertador– y, con semejante maestro, padre como lo llama Nicolás, es poco
probable que alguien medianamente decente lleve los destinos de Venezuela.
La
oportunidad es de la oposición. Hacerse con el poder regional, con las
alcaldías de todos los municipios, roncarle en la cueva al chavismo dividido
entre los militares (Cabello & cía.) y los civiles (Maduro y secuaces),
porque si de algo está claro todo el pueblo venezolano –chavista y opositor–, es
del hartazgo que llega a niveles estratosféricos por tanta inseguridad, indefensión y carestía.